VENCITES, MIGUEL; VENCITES

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“Se va marchando diciembre y sus posadas”

“Oh, María, Madre mía; Oh, Consuelo del mortal/amparadme y guiadme a la paaaatria celestial”. Qué bonita es la tradición decembrina de los mexicanos. Aunque no seamos guadalupanos es una cosa que hay que aquilatar y no dejar que desaparezca. En mi casa mi hermana Chela hizo un altarcito y llevaron la peregrinación hasta allá. Allí estuve en la puerta viendo a mi cuñado ensonmando a la Virgen cuando llego a las puertas de la casa. Mucho tiempo después, cuando ya no existamos, esa escena seguirá repitiéndose en muchas casas.

En Acapulco, al salir de la sesión de hemodiálisis agarro con mi mujer un colectivo que nos lleve rápido a la terminal para salir a Atoyac. Qué fastidio, hay peregrinaciones. Por más lucha que le hace el chofer no se puede. Peregrinaciones por todos lados. Hace tiempo que dejé las desesperaciones y ahora todo lo agarro con calma (la vida es como te la tomas) así que disfruto viendo las peregrinaciones con su vanguardia de música de viento. Me acuerdo una vez que salí de Inmecafé a un mandado rápido al centro de Atoyac. ¡Uta! La avenida Juan Álvarez estaba hasta la madre por una peregrinación que venía de El Chico. Me acuerdo que forcé el jeep azul (el Aleluyo, le puso Aguilera) que cargaba por la desviación de El Barreno para ganarle la vuelta a los peregrinos pero fue inútil: al salir a la calle por donde Gregorio Castro ya iba allí la peregrinación. Ni modo, a hacer coraje y a esperar. Y eso que todavía no había combis, que sacan la peregrinación más larga y más bonita.

Y luego las posadas. Más peregrinaciones. Ya nos pusimos de acuerdo que unas casa nos van a negar posada (deben cerrarnos las puertas y decir “no hay cuartos”) hasta que la casa de mi hermana diga “entren”. Allí brotará el coro “entren santos peregrinos, peregrinos”., y todos pa dentro. Cuando era niño estrenaba zapatos y ropita. Iba a la Iglesia de la Asunción de María y como no estaba acostumbrado a cargar zapatos pues hacía un gran ruido con los taconazos. Andaba de gala, entrando en la adolescencia, a un pasito de entrar en la hermosa juventud.

Ora que estuve en Cruz Grande tuve una crisis. La tendencia de ventas iba a la baja en comparación con años anteriores y no se levantaba. Todos los días recibía la llamada de mi jefe preguntando por la venta de ayer; ni modo, “no llegamos a la cuota” era mi respuesta. Mi desayuno de seis de la mañana era un centenar de disparates y mentadas de madre junto con pendejeos y amenaza de correrme si no levantaba la venta. En mi desperación pensaba qué iba a hacer sin trabajo y con cinco hijos. No me quedo otra que recurrir a la virgencita. Es que en momentos así te agarras de un clavo ardiente. Ay, Virgencita, ayúdame en este problema y mira, hasta voy a participar en la peregrinación de la Pepsi. Y así lo hice. Ahí está la foto, ahí está la evidencia, dicen mis hijas. Íbamos al frente de la peregrinación con la Fuerza de Ventas con una manta, sonriente por cumplir mi ofenda de ir a la peregrinación (si yo no creo en eso) pero feliz, con los cohetes espantándome detrás de mí y oyendo los cantos de los devotos (en mi mente repitiendo, que no me corran, Virgencita; que no me corran) y cantábamos aquello de “Oh María….”

Desgraciadamente la vida no es como las telenovelas de Televisa y TV Azteca de “Cada quien su Santo”. Peregrinaciones y rezos no solucionaron el problema y me vi fuera de la Empresa. Cabrones. Ese es el precio de ser Jefe. No te pasan nada.

Cuando se haya marchado diciembre todavía nos quedarán los buñuelos de la levantada del Niño dios. Yo sabía ser padrino en estos eventos. Me gustaban las varitas de bengala hasta que casi quemaban. En las posadas me gustaba ver a los pastores. En particular me encantaba ver a las Pastoras del Diablo. Andaba allí un vecino con una capota negra con estrellitas y lunas brillantes con una máscara y una corona. Me quedaba con la boca abierta oyendo aquella retahíla de cosas que se decían El Diablo y San Miguel:

–Parece que veo visiones

–Ninguna visión, cabrón

–Yo soy el meritito Diablo y con esta espada que tengo te voy a dejar capón.

Después de que escribí estas líneas me entró la duda de si esos versos son de las pastoras o de las pastorelas o de la danza del moro (puede que no sea no sea ni lo uno ni lo otro). Ya mi memoria se empina a ratos.

Todo terminaba con el Diablo de rodillas y el Arcángel poniéndole la espada en la cabeza entre gritos de Satanás diciendo “VENCITES, MIGUEL, VENCITES.

Ah. Luego el veinticinco en la Playa de Hacienda de Cabañas, en las amadas, frene al mar, pescado frito con arroz y gente, mucha gente en calzones. Igual el año nuevo.

A pesar de que mis recuerdos están contaminados por el tiempo y la desmemoria, parece que veo esas escenas ahora. Cómo olvidar que fue en una peregrinación de la Virgen en donde El Greñas me dio de la tequila que había sacado de no sé dónde. Allí probé el alcohol por primera vez e inicié una carrera de borracho que no recomiendo a nadie. Pero eso también es parte de la tradición. Por eso, feliz diciembre a todos los lectores de ATL y ojalá que el próximo diciembre podamos recordar cosas navideñas.

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